El estadio que Ceausescu nunca ordenó
Inauguramos 'Postales del olvido', una serie sobre estadios desaparecidos. Aunque será un contenido para Brazaletes de Honor, os enviamos el primer texto: un campo de pueblo, pero no cualquier pueblo.
“No quería ir allí, tenía miedo”, dice Dorinel Munteanu. Apenas tenía 19 años el talentoso centrocampista que más tarde sería el jugador con más internacionalidades de la selección rumana y jugaría en la Bundesliga con el Colonia y el Wolfsburgo. Pero cuando en 1988 fue transferido del Resita, un club de segunda división, al FC Olt, no le preguntaron, sino que fue destinado. “Entonces era así, no tenías elección”, ha afirmado Munteanu en la revista alemana 11Freunde.
No le tranquilizaba el cambio porque su nuevo club ocupaba un lugar especial en el fútbol rumano. El FC Olt Scornicesti se había fundado en 1972 y había ascendido a la máxima categoría en solo siete años. En su ascenso a segunda división les ayudó una victoria por 18–0 en la última jornada: simplemente necesitaban algunos goles más. O eso creían.
Logramos reunir a granjeros de los establos cercanos para que dejaran de ordeñar vacas y se hicieran pasar por el equipo rival
Dumitru Dragomir, presidente del FC Olt en 1978
Ese último encuentro de la temporada enfrentaba a los chicos del Olt con el Aluminiu Slatina, un equipo que había abandonado la liga y, por lo tanto, estaba perdiendo cada partido por un 3-0 administrativo. “Necesitábamos un resultado. Así que tuvimos que actuar rápido", ha confesado Dumitru Dragomir, el entonces presidente del Olt. "Les dije que me trajeran a algunos chicos del pueblo y los vistieran con camisetas. Luego necesitábamos convencer al equipo de Slatina para que entregara sus fichas de juego originales, ha relatado Dragomir a la BBC.
"Logramos reunir a granjeros de los establos cercanos para que dejaran de ordeñar vacas y se hicieran pasar por el Slatina". Pero entonces se hizo necesario un segundo ‘milagro‘. Como el día del partido el FC Olt jugaría a la misma hora que el otro aspirante al ascenso, se tocaron las teclas necesarias para lograr apoyo policial: agentes conectados por radio en ambos estadios tendrían que asegurarse de que el marcador del otro partido llegara a Scornicesti tan pronto como se anotaran los goles.
Pero en el descanso, uno de los agentes escuchó el mensaje equivocado. En lugar de 2-0, entendió que los rivales del FC Olt estaban ganando 9-0. Ello obligaría a una victoria extrañamente abultada. Persisten los rumores de que el controvertido presidente del FC Olt, Dumitru Dragomir, hizo que ambos equipos dejaran las duchas, retomaran el campo y jugaran hasta que se anotara el número necesario de goles.
Una vez logrado el ascenso, Scornicesti se convirtió en el lugar más pequeño del país con un equipo en primera división. Técnicamente contaba con unos 11.000 habitantes, aunque en esa cifra se contaban una docena de aldeas vecinas: en el propio pueblo vivían apenas mil quinientas personas. “No era una ciudad, solo unas pocas casas a lo largo de la carretera”, recuerda Munteanu.
La razón de que aquel club de pueblo pudiera llegar tan alto: Scornicesti era el lugar de nacimiento de Nicolae Ceaușescu, el presidente de Rumanía. Inspirado por Corea del Norte y China, Ceaușescu fomentó en el país el culto a su persona y se hacía llamar Conducător, el líder. La gente del fútbol pensó que era apropiado que de su pueblo natal saliera un club de primera división. Sin embargo, a Ceaușescu no le interesaba el fútbol, a diferencia de sus hijos Valentin y Nicu. El primero fue la figura clave en el Steaua de Bucarest —el único club del bloque del Este que ganó la Copa de Europa, en 1986—; el segundo apoyaba al Inter Sibiu.
A Munteanu no le fue tan mal en el FC Olt. “El equipo era bueno, pasé una época muy bonita allí”, recuerda. También ayudaba la situación privilegiada en el suministro de bienes. En los años ochenta, Rumanía sufría escasez de alimentos, pero en Scornicesti había más abundancia que incluso en la capital. “Teníamos de todo: café, plátanos, carne”, dice Munteanu. A veces, los habitantes de Bucarest hacían el viaje de dos horas y media solo para ir de compras al pueblo natal del dictador.
Nos ordenaron cubrir el estadio con cartones para que Ceaușescu no pudiera verlo desde el helicóptero
Un antiguo obrero del Stadionul Viitorul de Scornicesti
Lo que no hubo durante mucho tiempo en Scornicesti fue un estadio digno. Por eso, en 1975 se construyó el Stadionul Viitorul, con capacidad para 30.000 espectadores, es decir, veinte veces la población local.
Curiosamente, Ceaușescu solo supo de la construcción cuando ya estaba casi terminada, y su familia incluso se avergonzó del estadio. En un documental de la BBC, un antiguo obrero lo recordaba así: “Un día nos ordenaron cubrirlo todo con cajas de cartón para que Ceaușescu no pudiera ver el estadio desde el helicóptero cuando sobrevolaba la zona con un político búlgaro”.
Cuando Munteanu llegó a Scornicesti en 1988, el equipo jugaba en la cercana ciudad de Slatina, a 20 kilómetros. El Viitorul estaba siendo remodelado, aunque en realidad no hacía falta un estadio tan grande: solían acudir apenas un millar de espectadores. “Era pequeño, pero para la época era un estadio magnífico”, dice Munteanu.
Bajo la nueva tribuna principal había una piscina, salas de musculación y un pequeño hotel. En la tribuna opuesta incluso se instaló una fábrica textil, una forma temprana de uso mixto del espacio. “En otoño de 1988 jugamos allí el primer partido”, recuerda.


Pero los mejores días del Viitorul no durarían mucho. El derrumbe del socialismo en Europa del Este también alcanzó a Rumanía, y de forma especialmente sangrienta. El 16 de diciembre de 1989 comenzó la revolución rumana en Timișoara; nueve días después, Nicolae Ceaușescu fue ejecutado.
El club de su pueblo natal fue disuelto pocas semanas más tarde: nada debía recordar al dictador. Su heredero, el CSO FC Olt Scornicesti, juega hoy en cuarta división, y en la tribuna principal del estadio se han habilitado viviendas sociales. El resto del Viitorul se encuentra en ruinas, y se ha convertido en un destino del ‘turismo oscuro’, para quienes buscan lugares con una historia trágica o siniestra.