El estadio del país que nunca existió
Segunda entrega de 'Postales del olvido', nuestra serie sobre estadios abandonados. En este caso no uno sino dos recintos, unidos por su diseño surrealista y su pasado en un extraño país olvidado.
Bofutatsuana ya no sale en los mapas. Pero su estadio nacional sigue ahí.
En Mafikeng, al noroeste de Sudáfrica, se levanta todavía un anillo de hormigón con 59.000 asientos que fue bautizado en 1981 como Mmabatho Stadium y presentado al mundo como orgullo de una república joven y autosuficiente. El problema es que aquella república no existía más que en los papeles del apartheid. Se llamaba Bofutatsuana y fue una ficción constitucional. Un territorio declarado “soberano” en 1977 con un único fin: desentender al Estado blanco de millones de sudafricanos negros. Otros tres bantustanes -reservas para población no blanca- adquirieron por aquella época la misma independencia impostada: Transkei, Venda y Ciskei.
Sus gradas constituyen un vestigio del ghetto que los racistas sudafricanos quisieron oficializar dándole la independencia, aunque solo fuera nominal.
Así, Mmabatho nació como estadio nacional de un país que el resto del planeta se negaba a admitir. Más que un estadio abandonado hoy sus gradas constituyen un vestigio arqueológico del ghetto que los racistas sudafricanos trataron de oficializar por la vía de una independencia de cartón-piedra.
El 6 de diciembre de 1977, cuando el gobierno sudafricano proclamó la independencia de Bofutatsuana, su líder Lucas Mangope pronunció una frase pensada para la posteridad:
Por fin ya no estamos indefensos a merced de la arrogancia arbitraria de aquellos que hasta esta hora pisotearon nuestra dignidad humana.
Era una independencia supervisada por Pretoria, financiada por Pretoria y reconocida solo por Pretoria. Pero Mangope insistía en la narrativa de la emancipación:
Preferimos enfrentar las dificultades de administrar un territorio fragmentado, la ira del mundo exterior y las acusaciones de personas mal informadas. Es el precio que estamos dispuestos a pagar por ser amos de nuestro propio destino.
Ese “territorio fragmentado” estaba hecho de pedazos no contiguos; auténticos islotes administrativos desperdigados dentro de Sudáfrica. Aun así, Bofutatsuana tuvo bandera propia, carnet de identidad propio —el Inalele, literalmente ‘conócete a ti mismo’— y, por supuesto, estadio nacional propio.
El estadio formaba parte de la coreografía estatal. Himno, ejército, presidente… y un coloso de 59.000 plazas donde demostrar al mundo que Bofutatsuana era una nación madura capaz de organizar grandes eventos. No importaba tanto llenarlo como fotografiarlo.
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